jueves, 18 de enero de 2024

Justificación no pedida, culpabilidad manifiesta: El juicio del motín del Caine

 William Friedkin nos deja como película póstuma "El juicio del motín del Caine" (2023, estrenada en el canal SkyShowtime), una película tan extraña que más que película, es un artefacto. Para empezar, se abre con el logotipo de Republic Pictures, una famosa productora independiente que desapareció en 1967 y por algún motivo ha sido relanzada ahora, lo que es la primera señal de que vamos a ver una obra de otro tiempo. Más concretamente, una obra de teatro filmada, o casi televisada. Los motivos de Friedkin son extraños. ¿Sólo fue capaz de levantar un telefilme como proyecto siendo un director anciano sin ningún éxito de taquilla en varias décadas, o hubo una intención nostálgica de vuelta al principio, de cerrar el círculo en un guiño a sus orígenes como como director televisivo?

El caso es que esta película parece una obra de subsistencia (algo que no tiene sentido, dado que Friedkin vivía holgadamente gracias a los royalties de "El exorcista" y de haber estado casado hasta su muerte con una poderosísima ejecutiva de Paramount, el estudio que finalmente ha estrenado esta película) rodada firmemente en un único escenario, el tribunal donde tiene lugar el consejo de guerra (porque el verdadero título de esta versión es "El consejo de guerra del motín del Caine") sin el menor intento de darle "aire" mostrando los hechos previos (que sí estaban en la película original con Humphrey Bogart) según se producían ni la menor pretensión cinematográfica de presentar imágenes espectaculares más allá de algún discreto travelling. Sin embargo, esta limitación sin duda dictada por el presupuesto acaba revelándose también autoimpuesta, porque Friedkin no era tonto. De hecho, cualquiera de sus entrevistas revela a un tipo extremadamente inteligente y que confiaba en el poder de la palabra, que dominaba totalmente, siendo quizá uno de los directores que mejor sabía arrastrarte a sus historias en cuanto abría la boca, junto con Kevin Smith y Werner Herzog.

La película parece arrancada de los años 50, y por eso desconcierta que expliquen que los hechos tuvieron lugar en 2022 y que uno de los castigos del tiránico capitán Queeg fue cortarles internet seis meses (una clara trasposición de prohibirles escribir cartas a casa), porque realmente parecemos estar sumergidos en una película rodada en un plató del Hollywood clásico. El vocabulario es muy literario y añejo, como salido del siglo pasado (el grumete pelirrojo disculpándose por decir "goddamned" como si fuera un taco, el abogado dice "he hemmed and hawed", etc.), y hasta el acusado en el consejo de guerra parece ser uno de los típicos héroes de mandíbula cuadrada y escasa expresividad de las películas de serie B de esa época, en una elección claramente deliberada. Todos y cada uno de los personajes responden a estereotipos narrativos de entonces, pese a haberse inyectado en el reparto de forma estratégica a actores de distintas minorías (la fiscal es medio dominicana, el juez es Lance Reddick, la psicóloga es asiática, etc.).

Un héroe de los de antes

Sin embargo, según avanza la película, esta estrategia reduccionista acaba dando sus frutos, porque permite que nos centremos en los hechos fríos, que lenta pero inexorablemente hacen que el cerco se vaya estrechando en torno al capitán que fue relevado por el héroe. Aunque inicialmente el abogado defensor parece inepto o negligente, al mostrar una visible desgana e ir haciendo concesiones inexplicables a la acusación, su estrategia de dejar que los hechos hablen, un poco como la de Friedkin en esta película, va haciendo avances mayores o menores, bastante grandes cuando un evaluador psicológico ligeramente amanerado (apuntando por última vez a la siempre sospechada homofobia de Friedkin) revela no estar demasiado capacitado en su trabajo. De ese modo, el abogado defensor (Jason Clarke, ese sosías de Colm Meaney que había hecho de fiscal en "Oppenheimer" y al que obviamente no le importa quedar encasillado en papeles de abogado con tal de seguir trabajando), va afianzando su estrategia de defensa que bordea el desacato pero resulta eficaz.

Como diría el jefe O'Brien, "dame pan y te manejo el teletransporte las temporadas que sean".

Así, llegamos a mitad de película estableciendo que su evaluación psicológica quizá fue negligente al ser el capitán un paranoico con complejo de inferioridad y que el acusado es un experto marino que había pasado en barcos toda su vida y que conocía el mar mejor que nadie. A continuación, el acusado narra el incidente por el que llamaron al capitán "Mancha amarilla" (un término que viene del original reflejando el significado de cobardía de "yellow" y que aquí sigue sin explicarse para espectadores modernos, vulgares y lerdos que también significa claramente "viejo que se mea encima") que habíamos podido presenciar en la versión de 1954, y varias situaciones fácilmente contrastables con la tripulación que muestran que el capitán está algo desquiciado. El tribunal toma notas furiosamente. ¡Pero aún queda media película! ¿Entonces?

Entonces la fiscal viene a decir que el héroe es un cateto y que nada de lo que dice es de fiar porque no sacó buenas notas en sus estudios. Después, la defensa llama de nuevo al capitán Queeg, que intenta disimular un poco el movimiento obsesivo de sus pulgares (algo que ya vimos en su primera intervención y que llamaba muchísimo la atención, aunque Friedkin lo mostrase en plano general sin necesitar subrayarlo en un torpe plano detalle como habría hecho un director menor) pero sin mucho éxito. Además, ahora que ya sabemos que anda algo desquiciado, nos llama mucho más la atención su forma de hablar ligeramente ida que suena un poco a la del cómico Norm MacDonald en el original, algo que es claramente una elección deliberada, lo que se nota en el contraste entre los primeros segundos de este vídeo (fijaos en las manos) y la entrevista con Kiefer Sutherland fuera del personaje.

Me llama la atención en ese vídeo ver a Friedkin dirigiendo la que era obviamente su última película

El segundo testimonio del capitán establece que miente (al recuperar la memoria de pronto y decir que se ha liado cuando resulta evidente que van a descubrir que intentó cargar licor irregularmente en el barco) y exagera (al afirmar por ejemplo que la gente se duchaba siete veces al día), estrechando más el cerco sobre la verdad. Sutherland es un catálogo de tics y de risotadas en momentos inoportunos, mostrando que no está muy en sus cabales. Tras su testimonio, un simple plano del tribunal muestra que han quedado desconcertados por la falta de estabilidad que aparenta.

Un momento, pero quedan 20 minutos de película. ¿Entonces?

Esto ya era así en el original, pero quizá aquí es algo más sutil. En el original incorporaban un giro brusco de cabeza y un silencio demoledor para subrayar lo mal que estaba quedando el capitán, y aquí viene a ser lo mismo pero con menos teatralidad, hasta el punto de que un espectador poco atento o poco inteligente podría no captar lo que ha pasado. Aun así, el modo en el que Friedkin filma a continuación a la fiscal entrando en el plano desde abajo diciendo que no tiene preguntas ya indica que se ha desbaratado su seguridad y que está desconcertada. Que están todos sin palabras al ver lo inestable que parece ser el capitán, el cual se levanta para irse con un lenguaje corporal incómodo que muestra que es consciente de que la ha cagado y se aleja cabizbajo. En una película menos rigurosa, aquí subiría la música (un elemento que destaca por su total ausencia en la película) y pasaríamos directamente a la absolución. Pero quedan veinte minutos para que termine la película. ¿Y eso? ¿Qué nos reserva aún la historia?

La fiscal queda tan desconcertada que ni siquiera quiere hacer un alegato final, pero se ve obligada a hacerlo ante el requerimiento del juez y entonces libera su furia pidiendo la máxima severidad contra el héroe acosado Y contra su abogado, aunque con unas vacilaciones en momentos clave que indican que ni ella misma se cree mucho lo que está diciendo. Después, el defensor expone de una forma sincera (y sabemos que es así porque antes se lo había expresado en privado a su defendido) que aceptó el caso a regañadientes y que no le quedaba más remedio que basar su estrategia en desacreditar la cordura del capitán, planteando una pregunta incontestable: si ante unas preguntitas hemos visto que el tío mostraba tan poco juicio, ¿cómo no iba a mostrarse totalmente desequilibrado en una situación de máximo estrés y peligro de muerte?

La película pega un pequeño giro final cuando, quedando diez minutos para el final y estando el juicio visto para sentencia, hay al fin un pequeño cambio de escenario, pero negándose obstinadamente a darle "aire" a la película, pues la escena empieza no en exteriores sino en oscuridad total, revelándose al encenderse las luces que estamos en una incongruente fiesta montada por un escritorcillo amigo del acusado (y cuyo testimonio cobarde no le ayudó en el caso) festejando la publicación de su primer libro, pero también un poco para celebrar el final del juicio (cuya resolución no llegamos a ver pero presuponemos favorable), dando un contraste entre la frialdad y esterilidad del tribunal y un ambiente distendido de jóvenes ruidosos y bebedores, entre los que el abogado se declara "el más borracho" (acaba de llegar a la fiesta, pero revela que antes estuvo bebiendo bourbon con la fiscal), y muestra asombro por el adelanto de 10.000 dólares que recibe un personaje secundario por la publicación de su novela, como si fuera una cantidad en algún modo significativa. Eso le da pie a hacer un discursito diciendo lo que piensa (in vino veritas) y revela (SPOILERS DEL GIRO FINAL A PARTIR DE AQUÍ) que en realidad Queef no era culpable, que era alguien que había defendido al país durante décadas, algo con un valor inmenso tras el 11-S (hasta dice que él mismo se alistó para "bombardear a cabrones en Oriente Medio" como venganza), que en realidad Queef era un gran hombre que había hecho grandes sacrificios por defender el país (en el original, los atacantes eran obviamente los nazis en la 2.ª Guerra Mundial) y que todo se debió a una experta manipulación del escritor de a bordo para hacerle perder los nervios, algo que en el original sonaba más a disculpa o "disclaimer" estándar de cine clásico para no ofender a los espectadores rancios y complacer al ejército, que tenía que dar su aprobación al guion, pero aquí parece ir más en serio (en el original sí se vio el comportamiento del capitán y era evidente que SÍ era un puto lunático). El abogado echa un último trago y después le tira el resto de la copa a la cara del escritor (bourbon en este caso, champán en las versiones anteriores de la historia, dejándole una "mancha amarilla") y justo en ESE momento acaba la película (a diferencia que en el original, que iba más allá), entrando los créditos finales de pronto con el rótulo gigante ESTA PELÍCULA ESTÁ DEDICADA A LANCE REDDICK (que murió repentinamente en 2023) y una canción disco setentera totalmente incongruente con la época del original o la nuestra (se trata de "Lowdown", grabada en 1976 por el cantante blanco que suena a negro Boz Scaggs y con una letra sobre una chica a la que "tienes que meter en vereda" que está contigo por tu dinero, que se gasta "como si cayera del cielo", y "alguien tiene que decirte la maldita verdad, me pregunto quién te metió esas ideas en la cabeza") y revelándose que el guion adaptado lo hizo Friedkin. Y ahí te quedas a cuadros mientras suena una voz muy llena de "soul". Es un gesto bastante punk tras una película tan firmemente clásica, una especie de paralelo al sobrio abogado soltando verdades borrachísimo y la verdadera despedida de un director que siempre ha hecho lo que ha querido en los buenos y en los malos tiempos.

Esta es una despedida mucho más digna que la de John Wick 4, hablemos claro.

Pensando un poco más en el giro final, me parece que hay más paralelismos con Friedkin. Esa acusación final que realiza el abogado en la fiesta contra el novelista como arquitecto de la situación revela la importancia del narrador que se oculta entre bambalinas como un cabroncete capaz de presentar a su gusto la realidad e incluso alterarla con su influencia. Y me hace pensar en todas las historias claramente falsas que ha ido contando Friedkin como si fueran reales a lo largo de muchos años. Este apuntar con el dedo al aspirante a novelista es casi como una pequeña confesión final, un "os estado tomando el pelo". Es así, ¿no? Durante toda la película me había estado preguntando cuál era el sentido de rodar una peli así en 2023 como peli final. ¿Quizá lavar el mal sabor dejado por "El diablo y el padre Amorth", o evitar que algo tan sórdido como "Killer Joe" fuera su película final? ¿Un gesto para decir "soy un director clásico" dirigiendo una simple pero sólida película de juicios? ¿O quizá pretendía reivindicar el valor de la palabra y de la sustancia por encima del estilo en una era excesivamente visual? ¿O quizá fuera simplemente lo único que podía dirigir alguien de su edad con la muerte susurrándole al oído? Ese giro final me hace pensar que es un pequeño guiño de despedida, un "os he hecho creer lo que yo he querido todo este tiempo y os lo habéis tragado, así que a lo mejor soy algo capullo, ¿no?", pero quién sabe. Esa identificación con el novelista que está ahí en segundo plano "dirigiendo" la acción la veo en guiños como ese decirle "acabarás ganando un millón de dólares y casándote con una estrella de cine" (y, en efecto, Friedkin estuvo casado con un par de actrices antes de optar finalmente por la ejecutiva que movía los hilos con la que acabó sus días). ¿Es una admisión de culpa final? Sea cual sea la respuesta, ahí queda esta película como despedida de uno de los directores fundamentales del siglo XX.