martes, 22 de agosto de 2017

Un cuento de martes

Otro cuento que se me ha ocurrido como el del domingo.



El antiguo príncipe, que ahora ya no se consideraba como tal, volvió a su vieja cabaña de madera junto al lago.

-Bueno, ahora que he renunciado a todo... tendré que ver cómo hago para comer.

Así que improvisó una caña y se puso a pescar. Al cabo de un rato picó un pez, que sacó del agua de un tirón.

Para su sorpresa, el pez le habló:

-¡No, no me comas! ¡No me comas!
-¿Qué portento es este? ¿Un pez que habla?
-¡No me comas! Si me devuelves al agua, ¡te traeré un valiosísimo tesoro que será todo tuyo!
-Bueno, vale.

El príncipe-pescador echó el pez al agua y se quedó mirando el lago bastante sorprendido. Después se puso a buscar bayas y frutos para tener algo que comer, y para su fortuna encontró un árbol con manzanas bastante suculentas.

Pasaron unos días y el pez no volvía. Se le habían acabado las manzanas, y admitió que todavía tenía ganas de asar una buena trucha. Volvió a echar la caña al agua.

Al cabo de un rato, otro pez picó. No, un momento... ¡Era el mismo pez!

-Bueno, bueno, ¡qué tenemos aquí!
-¡No, no me comas! Ah, ¡pero si eres tú! Mira, no he podido traerte aún el tesoro, pero lo haré. Tienes mi palabra de pez.
-Tu palabra de pez. Ya, claro. Lo normal, la palabra de un pez.
-Mira, está visto que este lago es muy pequeño y si te miento vas a acabar volviendo a pescarme tarde o temprano y no tendré salvación. Yo sólo te digo que me dejes volver a buscar el tesoro y traértelo, ¿vale? Sólo te pido un poco más de tiempo.
-Lo tuyo tiene mérito, hablar con tal elocuencia después de habérsete clavado un anzuelo en la boca no una sino dos veces. Vale, te dejaré marchar otra vez, pero tú haz lo que quieras, ya me da igual. Sólo te aviso de que cada día que pasa estoy más hambriento.

Y volvió a echar el pez al agua. Después se sentó a pensar y a estudiar sus posibilidades. ¿Quizá podría desenterrar alguna raíz comestible? ¿O probar a poner trampas para cazar algún conejo? Sí, eso podría ser una buena idea...

Pasaron unos días. A esas alturas ya había dejado de pensar en el pez, metido de lleno en su nueva faceta de cazador. Había acercado unos troncos a casa para cortar leña y preparar un fuego cuando notó que le llamaban desde el agua.

-¡Eh! ¡Pescador! ¡Acércate!

A estas alturas, el príncipe-cazador ya no se identificaba como hombre de pesca, pero atendió la llamada igualmente y se asomó al agua.

-¿Es a mí?

El pez hablador asomó la cabeza fuera del agua diciendo:

-Fí, fí, fe hablo a fi. Foge lo que fevo en la foca.

El príncipe-curioso se inclinó más, alargó la mano y cogió lo que traía el pez hablador en la boca. ¡Era un pequeño anillo!

-¿Esto es el gran tesoro que me prometías? ¿Una sortija?
-¡Esto es un valiosísimo tesoro, tal como te prometí! Pero sólo lo verás como tal en cuanto encuentres a la persona adecuada.
-Interesante... Pensaré en ello. Bueno, gracias. Has cumplido tu palabra. Anda, vete y no vuelvas por aquí no vaya a ser que vuelvas a morder el anzuelo, que me gustaría pescar algo algún día. No soy herbívoro.

El pez volvió a meter la cabeza en el agua y desapareció. El príncipe se quedó mirando un rato la sortija. Después, se dio la vuelta para seguir cortando leña, pero volvió a mirar el agua y se sentó. Tras un rato, el pez volvió a asomar la cabeza.

-¿Sabes? -empezó a decir el pez- Si pensaste mal de mí, acertaste. No tenía ningún tesoro y dije aquello sólo para salvar mi vida. Pero después de que me perdonases decidí que iba a encontrar algo de valor para ti y no paré hasta hacerlo. Ese anillo fue lo único que encontré en el fondo de este lago.
-Yo también tengo algo que decirte. No pensaba comerte en ningún caso. ¡Un pez que habla! ¿Cómo podría comerme a un ser con el don de la palabra, fuera un perro, un águila o un ciempiés? Si encuentro a alguien que me habla, lo último que pienso es en devorarlo. Aunque no tengas mucho que decir.
-Debo admitir que no tengo mucho mundo. Nunca he salido de este lago.
-Da igual, de algo podremos hablar... Mira, pásate otro día a saludar. Pero mira antes que no esté puesta la caña...
-Trato hecho.




lunes, 21 de agosto de 2017

Un cuento de domingo

Había una vez un príncipe que recorrió medio mundo en busca de una princesa, y creyó que por fin la había encontrado.

-Al fin, princesa. Os he buscado por medio mundo. ¿Deseáis casaros conmigo?
-¿Qué dices? ¿Yo para qué quiero casarme con un príncipe?
-Pues... yo soy un príncipe, vos una princesa...
-¡Qué cosa tan trasnochada! ¿No te das cuenta de por qué te ha costado tanto encontrarme? ¡Ahora todos los reinos se han vuelto repúblicas! Y ahora yo estoy buscando a alguien con quien casarme, pero no un príncipe panoli como tú. Quiero a alguien con futuro, con posibles, a ser posible que posea un buen negocio que dé buenos cuartos y me asegure una vida tranquila.

El príncipe se alejó avergonzado y se sentó a la orilla del lago. ¿Qué iba a hacer ahora? Su vida ya no tenía sentido, porque sabía que lo que decía ella era verdad: ya no quedaban reinos ni princesas. Ni siquiera pensó en dar la vuelta, porque el viaje había sido muy largo y (por qué no admitirlo) ya ni siquiera recordaba el camino de vuelta a casa. Así que se quedó allí al lado del lago y se construyó una cabaña de troncos. Al acabarla, se dio cuenta de que aquello de cortar madera no se le daba mal, y lo siguiente que hizo fue establecer un aserradero.

Años después, el príncipe, que ya no era príncipe sino el señor Millares, dueño de un imperio maderero, se presentó en el avejentado castillo donde aún estaba la princesa.

-Princesa, ¿aún buscas marido?
-Ya no busco nada. Me casé con Lord Masting, el naviero, que cargó sus barcos con todo mi oro y se los llevó a otro reino, dejándome aquí. Ahora sólo me queda esperar la vejez y la muerte.
-No es necesario, porque te casarás conmigo.
-Pero si ya no soy ni princesa. El año pasado nombraron este sitio una república y ya no soy nada. Hasta me han quitado la corona.
-Da igual, yo te daré otra. Y reconstruiré tu castillo.

Llamaron a un sacerdote para que los casase inmediatamente. El príncipe se sentó en las escaleras del destartalado castillo a esperar, y entonces se puso a pensar, algo que no había hecho en todos esos años.

-Madre mía, ¡qué imbécil soy!

Sacó de su bolsillo las escrituras de su negocio, las puso a nombre de la princesa, se acercó a ella y las puso en su mano.

-Toma, aquí tienes a tu verdadero amado. Despósate con él y sé feliz.

El príncipe salió por la puerta y emprendió el viaje de vuelta a su tierra natal para no volver nunca más.

FIN


No, un momento, esto sigue.

*****

Pero ya estaba a punto de hacerse de noche, así que pensó que primero tenía que pararse a dormir y coger provisiones. Como había entregado las escrituras de su mansión a la princesa, se paró a dormir en la cabaña de troncos que había construido cuando llegó a aquel (ya ex) reino, abandonada desde hace muchos años.

"Oye, pues las vistas aquí son muy bonitas. Después de tantos años, ¿qué prisa tengo por volver?"

Así que se quedó allí, sin prisa por decidir qué iba a hacer con su vida.

AHORA SÍ, FIN.

martes, 8 de agosto de 2017

Star Trek - La serie original: capítulos 7, 8, 9

Continúo visionando la serie original. Lo había dejado aquí.

-Las mujeres de Mudd: Una paja mental de Roddenberry sobre una especie de chulo intergaláctico que busca vender unas mujeres a gañanes espaciales que puedan pagarlas, tres mujeres despampanantes con trajes muy cortitos (una de ellas tiene el vestido cortado por debajo de una teta, en una jugada que parece diseñada para poner nerviosos a los censores). Es un capítulo interesante impulsado por el carisma del actor que hace de Mudd, un tipo entre Dom de Louise y Florentino Fernández.

-¿De qué están hechas las niñas pequeñas?: Un capítulo sobre robots que plantea algunas cuestiones muy inquietantes. Está muy bien rodado, con una doble exposición muy bien hecha de dos capitanes Kirks (muy por encima de la cutrez que hicieron para el capítulo del fallo en el teletransportador) y el tosco plató que simula una caverna parece ser muchísimo más grande de lo que es. Contiene el famoso plano de Shatner sujetando una supuesta estalactita descaradamente fálica (sin comentarios). Si las tres chicas de Mudd desafiaban a la censura, la androide que sale en este capítulo ya es una barbaridad, porque la chica enseña muchísima más carne (espalda y "side boobs") y además el vestido marca pezones que es una barbaridad.

El día en que Star Trek se convirtió en una exploitation italiana.

El capítulo es apasionante, lleno de implicaciones siniestras y psicodrama. El doctor que encuentran ha creado un robot similar a un colega suyo para no estar solo, y sin embargo no recrea a su antigua novia (que ha ido a buscarlo), sino que crea a una explosiva chicuela apenas vestida de utilidad evidentemente sexual, con lo que el encuentro con su prometida resulta lógicamente tenso. Al final todo tiene una resolución explosiva, poco limpia, algo que me gusta bastante comparado con el clímax clínico y previsible de otros capítulos. El guionista acreditado es Robert Bloch, aunque está claro que Roddenberry ha metido su zarpa para hacerlo todo un poquito más sórdido.

-"Miri": El capítulo no está mal, pero está rodado con cierta torpeza (leo que por el director del capítulo rodado justo antes, reclutado de prisa y corriendo cuando les falló el que tenían previsto), porque se nota que todo transcurre en la misma esquina de unos estudios cinematográficos, y en cierto momento Spock dice que "he visto cientos de niños" cuando la cámara no ha mostrado ni uno, y queda muy cutre (es más imperdonable porque en el capítulo sí que acaban saliendo como treinta niños, y podrían realmente haberlos usado para que Spock no hiciera la cutrez de "contar en vez de mostrar"). El capítulo está lastrado por el maquillaje cutre de los infectados y por lo repulsivos que son los niños protagonistas elegidos (los dos con prominentes rasgos simiescos) a los que dan ganas de exterminar antes que salvar, además por detalles como lo bizarro de encontrar un planeta duplicado de la Tierra (de hecho se puede ver el continente americano, con Florida y todo, desde una vista espacial) con coches de los años 30 pero diciendo que son los años 60 pero luego que la evolución se detuvo trescientos años. Todo muy raro y muy poco lógico, y leo en el libro de Cushman que todo por motivos estrictamente presupuestarios. Al final del capítulo, una vez salvada la vida de los protagonistas, perdemos a los chiquillos de vista despachándolos con una simple frase de que irá alguien a cuidarlos, con gran alivio de este espectador.

Es en este capítulo donde entró el productor-guionista Gene L. Coon y donde decidieron despedir a la rubia. Pues a ver cómo sigue la cosa a partir de aquí.